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sábado, 15 de octubre de 2011

Los indignados


¡Indignación, indignación, indignación!, grita febril y exponencialmente el planeta ante su curso incierto, asimetrías incoherentes y metas ficticias
Una vida cualquiera en este enardecido suelo terráqueo se encoleriza al saber que el tiempo no alcanza para develar alguna dignidad, así sea transitoria.

Los chances se desvanecen y las injusticias prevalecen en la frágil cáscara por el bienestar integral. Sólo la vida, lo humano, su presencia y sensibilidad arma la decencia; pero los desempeños de los imperecederos poderíos públicos-privados y sus congéneres, derivados de las hienas, arremeten contra toda luz, son imanes de personajes del Mercader de Venecia, obra shakesperiana, moraleja de cómo trituran las despiadadas cifras económicas de todos los tiempos a la entidad humana, convertida ya en luciérnaga de partículas ante los aleteos mortales de las culturas dinerarias y de los cofres monolíticos del poder.

El infinito universo, además del adecentamiento del mundo, es la consigna del porvenir. Que exista un grupo humano de astronautas y artistas que civilicen otras galaxias vivibles para mejorar los antecedentes de la historia terráquea. 

La última actividad de los indignados, la ocupación de Wall Street, paroxismo del azar de la fortuna y la sobrevivencia por segundo de millones de mortales, es el emblema del combate, un planeta desabrigado por una firma, por una transacción, la población mundial abatida y desesperanzada por un siglo penumbroso y mortal. Casi todos los continentes arderán de esta llama, derivada de las nervaduras que nos unen en mayor o menor ímpetu, de moles decisoras manejadas por las codicias y sus franquicias estampadas en los organigramas de las politiquerías y de las transnacionaliquerías, tótems de las decisiones más trágicas para el orbe, casi todas. Uno de las más crudas voces en conciencias humanas escribe su férrea literatura para regenerar las almas en las brújulas por un futuro mejorable, Emil Michel Cioran diría: "Si se me pidiese que resumiera lo más brevemente posible mi visión de las cosas, que la redujese a su mínima expresión, en lugar de palabras escribiría un signo de exclamación, un ! definitivo".
Doctor en Patrimonio Cultural/
Profesor universitario

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