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jueves, 29 de septiembre de 2011

Café Borgiano

Uno de vez en cuando vislumbra un viaje intersideral para comprender la vaguedad y levedad del ser, centrando el símbolo de la existencia humana y su vulnerabilidad inextinguible en su carrera por su significado y amor, pero ahora parece no necesario hacer tantos viajes, cuando lo cotidiano responde esas interrogantes. 
 
Para no abrir las puertas filosóficas en este breve espacio, comento un caso que nos puede dilucidar esta elemental disertación. ¿Qué sería de la geografía humana sin versos, poemas, escritores, escritoras o poetas de genuina naturaleza sensible? Entender que la cafetería Richmond en Buenos Aires donde Jorge Luis Borges, Cortázar, Graham Greene y Saint-Exupéry se frecuentaban para comprendernos mediante el diálogo y la literatura necesaria, desaparezca porque una transnacional se instala en el sitio, responde a las primeras líneas.

Es preclaro que seguimos en la espeleología de los antagonismos más amplios. Deduciremos que además de comprar, vender, perder la memoria y morir en el vehículo cíclico, es esencial el patrimonio cultural de los seres que expresan lo mejor de nosotros para aferrar la madera de la evolución y así no desaparecer como intento civilizatorio.


La legendaria cafetería cerró sus puertas abruptamente para dejar lugar a un local de ropa deportiva. Albergó a intelectuales, artistas y escritores Latinoamericanos. Buenos Áires llora el café Richmond 

Habrá leído la empresa que se instala en ese espacio cultural el poema de Borges titulado Ausencia: "¿En qué hondonada esconderé mi alma / para que no vea tu ausencia / que como un sol terrible, sin ocaso, / brilla definitiva y despiadada? / tu ausencia me rodea / como la cuerda a la garganta, / el mar al que se hunde". Lo que se hunde es precisamente la humanidad acabando ladrillo a ladrillo lo mejor de ella. Es como si en el juego diabólico de las cifras, de los códigos, de la velocidad, de las claves, de la paramatemática, de la máquina drogada-anclada en la fase postorgásmica, conducido aquel mecanismo azaroso y ferroso por los peores infiernos, vomitan urbes pretendiendo ejércitos de zombis en un reloj suicida. 

Estorba la ternura, lo sensible, la creación, lo hondo, el llanto solidario, la memoria dulce y azul que busque ascender a la raza, pues pareciera si no es obvio que hay que triturar y extinguir a esta última subespecie humana para todos proseguir disecados hasta que sólo quede el polvo de uranio.