Lo genial, Único, La Creación Intelectual y Acción Humana

Lo que aquí aparece:
LA PRIORIDAD ES CULTURAL

martes, 28 de diciembre de 2010

Fernando Pessoa (Lisboa 1888-1935):

El año 1914 fue decisivo en la obra del poeta, por la invención de sus tres heterónimos. Pessoa crea su obra proyectándola sobre cuatro personalidades distintas y divergentes, Heterónimos:
  • Alberto Caeiro
  • Ricardo Reis
  • Alvaro de Campos
  • Pessoa mismo
No se trata de seudónimos, ni de un juego de dispersión emocional, sino de individualidades que deben ser consideradas distintas del propio autor. Pessoa llegó incluso a inventar la biografía de sus tres heterónimos. 
 "El autor humano de estos libros no conoce en sí mismo personalidad ninguna. Cuando acaso siente una personalidad emerger dentro de sí, pronto ve que es un ente diferente del que él es, aunque parecido; hijo mental, quizás, y con cualidades heredadas, pero con las diferencias de ser otro." (Aspectos. Pessoa) 
    [...] Cuanto más sienta, cuanto más sienta yo como varias personas, cuantas más personalidades tenga, cuanto más intensa, estridentemente las tenga, cuanto más simultáneamente sienta con todas ellas, cuanto más unificadamente diferente, dispersamente atento, esté, sienta, viva, sea, más poseeré la existencia total del Universo, más completo seré por el espacio entero. (Alvaro de Campos)
La obra poética de Pessoa, muy dispersa, ha sido recogida en nueve volúmenes de obras completas, de los que interesan especialmente los cinco primeros: Poesías de Fernando Pessoa (1942), Poesías de Alvaro Campos (1944), Poemas de Alberto Caeiro (1946), Odas de Ricardo Reis (1946) y Mensaje (Mensagem, 1945), único libro de poemas portugueses que publicó en vida (1934). Su obra ensayística ha sido recogida: Páginas de estética y de teoría y crítica literarias (1967), Páginas íntimas de autointerpretación (1966) y textos filosóficos (1968). 
Ah! La angustia, la abyecta rabia, la desesperación...

Ah! La angustia, la abyecta rabia, la desesperación
De no yacer en mí mismo desnudo
Con ánimo de gritar, sin que sangre el seco corazón
En un último, austero alarido!

Hablo -las palabras que digo son nada más un sonido:
Sufro -Soy yo.
Ah, extraer de la música el secreto, el tono
De su alarido!

Ah, la furia -aflicción que grita en vano
Pues los gritos se tensan
Y alcanzan el silencio traído por el aire
En la noche, nada más allí!
Enero 15 de 1920

Fuente: wikicultural-wikicultura.blogspot.com         http://amediavoz.com

jueves, 23 de diciembre de 2010

Charles Bukowski: Putrefacción

La mayoría de los Blog sobre Bukowski incluyen los mismos poemas, en este se incorpora uno novedoso y no popular, extraídos de su libro " Peleando a la contra" de Anagrama,  iremos incorporando nuevos poemas. Espero que le gusten y se saturen de los poemas del señor Charles Bukowski.

Últimamente
Me ronda este pensamiento
Que este país
Ha retrocedido
4 0 5 décadas
y que todo el
avance social
los buenos sentimientos de
una persona hacia otra
se han borrado
y se han reemplazado por la
vieja
intolerancia de siempre.

Más que nunca
Tenemos
Egoístas ansias de poder
Desprecio por el
Débil
El viejo
El pobre
El desvalido.

Estamos reemplazando necesidad con
Guerra
Salvación con
Esclavitud.

Hemos desperdiciado
Los logros
Nos hemos deteriorado
Deprisa.

Tenemos nuestra Bomba
Es nuestro miedo
Nuestra vergüenza
Y nuestra condena

Ahora
Se ha apoderado de nosotros
Algo tan triste
Que nos deja
Sin aliento
Y ni siquiera podemos
Llorar.


Fuente: http://

CHARLES BUKOWSKI: GENTE CUAL FLORES

Gente cual flores.
Qué cantos se oyen en las
calles;
la gente parece flores
al fin

la policía ha entregado las
placas
el ejercito ha hecho trizas los uniformes y
las armas. ya no hay necesidad de
cárceles ni periódicos, manicomios ni
cerraduras en las puertas.

una mujer entra a toda prisa por mi puerta.
¡TÓMAME! ¡ÁMAME!,
grita.

es preciosa como un puro
después de comerse un bistec. la
tomo.

pero cuando se marcha
me siento raro
cierro la puerta
voy a la mesa y saco la pistola
del cajón. tiene su propio sentido del
amor.
¡AMOR! ¡AMOR! ¡AMOR!, canta la muchedumbre en las
calles.

atravieso el vidrio de la ventana
de un balazo y me corto la cara y
los brazos. le doy a un chaval de 12 años
un viejo con barba
y una hermosa jovencita que parece algo así como una
lila.

la muchedumbre deja de cantar para
mirarme.
me quedo delante de la ventana rota
con sangre en la
cara.

-¡esto-les grito-, es en defensa de la
pobreza del individuo y en defensa de la libertad,
no del amor!

-dejadle en paz- dice alguien-, está
loco, ha llevado la mala vida durante
demasiado tiempo.

voy a la cocina
me siento y me sirvo
un whisky.

decido que la única definición de
Verdad (que cambia)
es que es esa cosa o acto o
creencia que rechaza
la muchedumbre.

alguien llama a mi
puerta. es la misma mujer otra vez.
es tan hermosa como encontrar una
rolliza* rana verde en el
jardín.

tengo 2 balas y
uso las
dos.

no hay nada en el aire salvo
nubes. no hay nada en el aire
salvo lluvia. la vida de cada cual es muy corta para
encontrar significado y
todos los libros casi un
desperdicio.

me siento y los escucho
cantar
me siento y
los escucho.


Fuente:  http://www.youtube.com/watch?v=w7p4Jn6qMZM&feature=related

martes, 21 de diciembre de 2010

Bertolt Brecht y El Ser Humano como Centro de la Poesía

Alcanza a ser poeta sólo aquél que consigue platicar con el tiempo. Porque así, esas mismas palabras que al principio sólo hablaban de él y de la urgencia de su momento, llegan a ser, siendo las mismas, las que comienzan a hablar por otros, las que descubren cada día nuevos mundos, las que expresan otras dudas, las que hacen nuevas preguntas, las que cada instante llegan con la urgencia de decir lo que ya es imprescindible. Así llegan hoy estas palabras del poema de Bertolt Brecht, "Con el alma en un hilo" (1939):


La causa de la justicia no avanza hacia buen fin.
La oscuridad aumenta. Las fuerzas disminuyen.
Ahora, después de tantos años de lucha,
estamos peor que cuando comenzamos.


En cambio, el enemigo es más fuerte que nunca;
ostenta su poder con mayor fuerza
y mira a todos lados con ojos invencibles.


Sin embargo debemos reconocerlo:
Fueron nuestros errores los que lo hicieron fuerte.
Cada vez somos menos;
las consignas son confusas.


Nos robaron las palabras y las han retorcido
hasta volverlas irreconocibles.


Preguntas hoy:
¿qué está mal de lo que dijimos entonces?
¿una parte o todo?
¿con quién se puede contar aún?
¿y nosotros, estos pocos que permanecen en la vigilia,
hemos sido expulsados del río de la vida?
¿quedaremos atrás,
sin entender a nadie ya,
sin que nadie nos entienda?
¿se trata de tener suerte o no?
¿o de tener razón o no?
Así preguntas. Espera...
Sólo tendrás la respuesta de tu conciencia,
frente al sufrimiento de la mayoría.
Y al dejar el mundo,
no te preocupe saber si fuiste bueno,
sino si el mundo que dejas es mejor.


Walter Benjamin, el lúcido profeta de la muerte del arte en la era de la reproducción industrial, escribió de Brecht, en los años mismos de aquella batalla mundial y decisiva por la sobrevivencia del humanismo: "Bertolt Brecht es un fenómeno difícil. Rechaza utilizar "libremente" su talento de escritor. Y quizá no haya un solo reproche contra su actuación literaria –plagiario, perturbador, saboteador– que no reclame títulos de gloria para su eficacia no literaria como educador, pensador, organizador, político, director de escena. En cualquier caso, resulta indiscutible que entre todos los que escriben en Alemania, él es el único que se pregunta dónde debe investir su talento, y que sólo lo inviste cuando está convencido de la necesidad de hacerlo, desmayando en cada ocasión que no corresponde a dicha piedra de toque."

No podemos evitar entonces el recuerdo de aquel aforismo de Brecht sobre el actor que dice:
"el mejor, es aquel que se enmascara para desenmascarar a los hipócritas".


"...rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo".

sábado, 18 de diciembre de 2010

ANTONIN ARTAUD

Poeta, dramaturgo y actor francés, cuyas teorías y trabajos influyeron en el desarrollo del teatro experimental. Nació y se educó en Marsella. Artaud se trasladó a París en 1920 y se hizo actor teatral. Fue co-fundador del Théâtre Alfred Jarry en 1927, en el que produjo varias obras, incluyendo una suya The Cenci (1935), una ilustración de su concepto de Teatro de la Crueldad. Artaud utilizó este término para definir un nuevo teatro que debía minimizar la palabra hablada y dejarse llevar por una combinación de movimiento físico y gesto, sonidos inusuales, y eliminación de las disposiciones habituales de escenario y decorados. Con los sentidos desorientados, el espectador se vería forzado a enfrentarse al fuero interno, a su ser esencial, despojado de su civilizada coraza. Impedido siempre por enfermedades físicas y mentales crónicas, Artaud fue incapaz de poner sus teorías en práctica. Su libro El Teatro y su Doble (1938) describe fórmulas teatrales que más tarde, sin embargo, se convirtieron en las señas de identidad del movimiento de teatro en grupo, el teatro de la crueldad, teatro del absurdo, teatro ritual y de entorno.

Las palabras se pudren en el llamado inconsciente del cerebro, todas las palabras por no importa qué operación mental, y sobre todo aquellas que tocan los resortes más habituales, los más activos del espíritu.


Frases De Antonin Artaud


"Se ha perdido una idea del teatro. Y mientras el teatro se limite a mostrarnos escenas íntimas de las vidas de unos pocos fantoches, transformando al público en voyeur, no será raro que las mayorías se aparten del teatro, y que el público común busque en el cine, en el music-hall o en el circo satisfacciones violentas, de claras intenciones".
"Quisiera hacer un libro que altere a los hombres, que sea como una puerta abierta que los lleve a un lugar al que nadie hubiera consentido en ir, una puerta simplemente ligada con la realidad".
Me niego a hacer diferencias entre cada minuto de mí mismo. No acepto el espíritu planeado.
Es preciso acabar con el Espíritu como con la literatura. Quiero decir que el Espíritu y la vida se encuentran en todos los grados.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Salvador Dalí se recibió de "inmortal"



A los 75 años, el excéntrico y genial pintor catalán ingresó en el cerrado y exclusivo círculo de la Academia de Bellas Artes de Francia. Como siempre, rompió con todas las tradiciones. Y convirtió a la ceremonia de recepción en un show...
"Yo soy el elemento que faltaba para que la Academia tenga algo de divino", bramó Salvador Dalí con su voz áspera y su marcado acento catalán. El miércoles pasado, esa frase retumbó como un desafío bajo la venerable cúpula del Palacio Mazarín —frente al Museo del Louvre, en la otra orilla del Sena, cuando Salvador Dalí recibió la espada que lo consagró miembro de la Academia de Bellas Artes.


En lugar de provocar un murmullo de desaprobación, esa pretenciosa definición desencadenó una tormenta de risas y aplausos: ningún otro artista del mundo se hubiera atrevido a lanzar semejante desafío en el momento de incorporarse al selecto círculo de catorce extranjeros admitidos en el seno de los "inmortales". Ese privilegio había sido exclusivamente reservado, hasta ahora, a Giorgio de Chirico, Vittorio Cini, Lord Clark of Saltwood, Oscar Espla, Henry Moore, el mariscal Montgomery, Pier Luigi Nervi, Gabriel Ollivier, Max Winders, Arthur Rubinstein y —por misteriosas razones políticas— la ex emperatriz Farah Diba.

Pero la admisión de Dalí —idolatrado por sus partidarios y execrado por sus adversarios— estuvo a punto de provocar un cisma entre los académicos franceses cuando debieron votar para designar al sucesor de Mariano Andreu. El indicio más visible de las pasiones que se agitaron durante los últimos meses bajo la cúpula de la Academia se advirtió el miércoles pasado, cuando dos célebres pintores franceses —Georges Matlieu y Bernard Buffet— se negaron a asistir a la ceremonia de recepción de Dalí.
Sin inquietarse excesivamente por ese desaire, Dalí preparó minuciosamente todos los aspectos de la ceremonia —aparentemente informal— para convertirla en un acontecimiento sin precedentes en la historia de la Academia. La primera conmoción se produjo una semana antes de la ceremonia, cuando Dalí pulverizó una de las tradiciones más sólidas de la Academia: en lugar de entregar el texto de su discurso por anticipado, como es habitual, se limitó a enviar un enigmático telegrama al presidente del instituto.
"Mi discurso será improvisado. Hablaré sobre Velázquez, mi esposa Gala, el becerro de oro, la estación Perpignan y naturalmente sobre mí mismo", advirtió desde la lujosa suite que ocupaba en el Waldorf Astoria de Nueva York.


El presidente ignoraba, en ese momento, que Dalí tramaba en Nueva York una segunda violación de las sólidas tradiciones de la Academia: una semana antes de la ceremonia, firmó un contrato con una editorial norteamericana para reproducir en exclusividad —en una edición de lujo— el texto de su discurso improvisado en la Academia.
Ese libro concebido como joya artística, será ilustrado con una serie de litografías especialmente creadas por Dalí para conmemorar su ascensión al rango de "inmortal".
Pero esa decisión fue interpretada como una bofetada por el diario "'Le Monde'' de París que, habitualmente, consagra un suplemento especial de cuatro páginas para reproducir —en versión integral— los discursos de los nuevos académicos, para marcar su desaprobación por esa actitud "mercantilista", "Le Monde" no formuló ninguna referencia al ingreso de Dalí a la Academia.
Para aumentar esa expectativa, concebida como un operativo publicitario capaz de ridiculizar a los talentosos creativos de Madison Avenue, 24 horas antes de penetrar al Palacio Mazarín para inmortalizarse, Dalí lanzó un temerario desafío: "La persona que encuentre el significado del anagrama de una escultura de Mariano
Andreu recibirá una litografía auténtica y no de esas burdas imitaciones que circulan en todo el mundo." No es difícil imaginar que, en ese marco, su ingreso a la Academia haya suscitado un interés sin precedentes en los medios artísticos de París. Por primera vez en la historia de la Academia, el hemiciclo del Palacio Mazarín debió acoger las cámaras de seis televisiones extranjeras que habían firmado un contrato con Dalí para reproducir la ceremonia.
Para justificar esa expectativa, Dalí —vestido con el frac verde bordado de los académicos— no vaciló en realizar un ingreso espectacular: "Picasso era un genio. Yo también. Picasso era millonario. Yo también. Picasso era comunista. Yo no", ironizó al principio de su discurso improvisado.
Mientras hablaba —apoyado por un apunte que había borroneado pocas horas antes sobre un puñado de hojas amarillas—, Dalí acarició un par de veces la empuñadura de su espada, diseñada por él mismo: un águila con las alas desplegadas que simboliza los ojos penetrantes de su esposa Gala.
Pero Dalí logró su mayor golpe de efecto cuando marcó una larga pausa y anticipó: "Ahora voy a decir la parte más importante de mi discurso. Algo que nadie sabe todavía. Una cosa prodigiosa que cambia el sentido de las cosas". Con un rápido golpe de vista recorrió la primera fila para verificar el impacto que habían provocado esas palabras entre los académicos y algunos invitados ilustres como Arthur Rubinstein, Roger Peyrefitte, el escultor Paul Belmondo y el millonario Daniel Wildenstein.
"Ahora puedo afirmar, de fuente fidedigna —reveló— que Velázquez pintó la estación de Perpignan".
Sin detenerse a escuchar las carcajadas que resonaron bajo la cúpula, Dalí volvió a desarrollar su extraña teoría, según la cual la estación de Perpignan —al sur de Francia— mantienen a España unida al continente. "Fue en ese lugar donde España giró sobre sí misma en el momento en que se produjo la deriva de los continentes. Sin la estación de Perpignan para mantenernos aferrados al continente, hubiéramos derivado hasta Australia y ahora viviríamos entre los canguros".
Para terminar de asombrar a los académicos, culminó su discurso con su célebre grito: "Viva la estación de Perpignan y viva Figueres".
Cuando algún inocente le pregunta cuál es el mérito de Figueres, Dalí responde: "Allí nací, hace 75 años".

jueves, 9 de diciembre de 2010

Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 1998


José Saramago
"Discurso de Aceptación del Premio Nobel"
Discurso pronunciado durante la ceremonia de entrega del Premio Nobel, 1998
"El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir"
 "El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de nuestra aldea de Azinhaga, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a la cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. ....... Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa. Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza". Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver......
Escribí estas palabras hace casi treinta años sin otra intención que no fuese reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y ésta en que poco a poco me he convertido. Ahora descubro que estaba equivocado, la biología no determina todo y en cuanto a la genética, muy misteriosos habrán sido sus caminos para haber dado una vuelta tan larga. A mi árbol genealógico (perdóneseme la presunción de designarlo así, siendo tan menguada la sustancia de su savia) no le faltaban sólo algunas de aquellas ramas que el tiempo y los sucesivos encuentros de la vida van desgajando del tronco central. ...... Al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de literatura, transformándolos de las simples personas de carne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde los personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bastante y en lo insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defecto pero también en aquello que es exceso, acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos. En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.
......Fue probablemente este aprendizaje de la duda el que le llevó, dos años más tarde, a escribir El Evangelio según Jesucristo. Es cierto, y él lo ha dicho, que las palabras del título le surgieron por efecto de una ilusión óptica, pero es legítimo que nos interroguemos si no habría sido el sereno ejemplo del revisor el que, en ese tiempo, le anduvo preparando el terreno de donde habría de brotar la nueva novela. Esta vez no se trataba de mirar por detrás de las páginas del Nuevo Testamento a la búsqueda de contradicciones, sino de iluminar con una luz rasante la superficie de esas páginas, como se hace con una pintura para resaltarle los relieves, las señales de paso, la oscuridad de las depresiones. Fue así como el aprendiz, ahora rodeado de personajes evangélicos, leyó, como si fuese la primera vez, la descripción de la matanza de los Inocentes y, habiendo leído, no comprendió. No comprendió que pudiese haber mártires de una religión que aún tendría que esperar treinta años para que su fundador pronunciase la primera palabra de ella, no comprendió que no hubiese salvado la vida de los niños de Belén precisamente la única persona que lo podría haber hecho, no comprendió la ausencia, en José, de un sentimiento mínimo de responsabilidad, de remordimiento, de culpa o siquiera de curiosidad, después de volver de Egipto con su familia. Ni se podrá argumentar en defensa de la causa que fue necesario que los niños de Belén murieran para que pudiese salvarse la vida de Jesús: El simple sentido común, que a todas las cosas, tanto a las humanas como a las divinas, debería presidir, está ahí para recordarnos que Dios no enviaría a su hijo a la Tierra con el encargo de redimir los pecados de la humanidad, para que muriera a los dos años de edad degollado por un soldado de Herodes. En ese Evangelio escrito por el aprendiz con el respeto que merecen los grandes dramas, José será consciente de su culpa, aceptará el remordimiento en castigo de la falta que cometió y se dejará conducir a la muerte casi sin resistencia, como si eso le faltase todavía para liquidar sus cuenta con el mundo. El Evangelio del aprendiz no es, por tanto, una leyenda edificante más de bienaventurados y de dioses, sino la historia de unos cuantos seres humanos sujetos a un poder contra el cual luchan, pero al que no pueden vencer. Jesús, que heredará las sandalias con las que su padre había pisado el polvo de los caminos de la tierra, también heredará de él el sentimiento trágico de la responsabilidad y de ella la culpa que nunca lo abandonará, incluso cuando levante la voz desde lo alto de la cruz: "Hombres, perdónenlo, porque él no sabe lo que hizo", refiriéndose al Dios que lo llevó hasta allí, aunque quien sabe si recordando todavía, en esa última agonía, a su padre auténtico, aquel que en la carne y en la sangre, humanamente, lo engendró. Como se ve, el aprendiz ya había hecho un largo viaje cuando en el herético evangelio escribió las últimas palabras del diálogo en el templo entre Jesús y el escriba: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre, dijo el escriba, Ese lobo de que hablas ya se ha comido a mi padre, dijo Jesús, Entonces sólo falta que te devore a ti, Y tú, en tu vida, fuiste comido, o devorado, No sólo comido y devorado, también vomitado, respondió el escriba".
Si el emperador Carlomagno no hubiese establecido en el norte de Alemania un monasterio, si ese monasterio no hubiese dado origen a la ciudad de Münster, si Münster no hubiese querido celebrar los 1200 años de su fundación con una ópera sobre la pavorosa guerra que enfrentó en el siglo XVI a protestantes anabaptistas y católicos, el aprendiz no habría escrito la pieza de teatro que tituló In Nomine Dei. Una vez más, sin otro auxilio que la pequeña luz de su razón, el aprendiz tuvo que penetrar en el oscuro laberinto de las creencias religiosas, ésas que con tanta facilidad llevan a los seres humanos a matar y a dejarse matar. Y lo que vio fue nuevamente la máscara horrenda de la intolerancia, una intolerancia que en Münster alcanzó el paroxismo demencial, una intolerancia que insultaba la propia causa que ambas partes proclamaban defender. Porque no se trataba de una guerra en nombre de dos dioses enemigos sino de una guerra en nombre de un mismo dios. Ciegos por sus propias creencias, los anabaptistas y los católicos de Münster no fueron capaces de comprender la más clara de todas las evidencias: en el día del Juicio Final, cuando unos y otros se presenten a recibir el premio o el castigo que merecieron sus acciones en la tierra, Dios, si en sus decisiones se rige por algo parecido a la lógica humana, tendrá que recibir en el paraíso tanto a unos como a otros, por la simple razón de que unos y otros en Él creían. La terrible carnicería de Münster enseñó al aprendiz que al contrario de lo que prometieron las religiones nunca sirvieron para aproximar a los hombres y que la más absurda de todas las guerras es una guerra religiosa, teniendo en consideración que Dios no puede, aunque lo quisiese, declararse la guerra a sí mismo......
Ciegos. El aprendiz pensó "Estamos ciegos", y se sentó a escribir el Ensayo sobre la ceguera para recordar a quien lo leyera que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupó el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante. Después el aprendiz, como si intentara exorcizar a los monstruos engendrados por la ceguera de la razón, se puso a escribir la más simple de todas las historias: Una persona que busca a otra persona sólo porque ha comprendido que la vida no tiene nada más importante que pedir a un ser humano. El libro se llama Todos los nombres. No escritos, todos nuestros nombres están allí. Los nombres de los vivos y los nombres de los muertos.
Termino. La voz que leyó estas páginas quiso ser el eco de las voces conjuntas de mis personajes. No tengo, pensándolo bien, más voz que la voz que ellos tuvieron. Perdónenme si les pareció poco esto que para mí es todo."

Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 1998 completo
Fuente: Organización No Gubernamental Vía Cultural

miércoles, 8 de diciembre de 2010

UN INTELECTUAL INDIGNADO

Hace unos años, no recuerdo cuántos, entrevisté a José Saramago (Azinhaga, 1922) en este mismo lugar, una vivienda blanca, de líneas finísimas y puras, recostada sobre una ladera del pueblo de Tías, frente al mar de Lanzarote.
Deslumbrada como estaba por la calidad lumínica de la isla, no percibí el tufillo melancólico que ahora me recibe. Se trata de una melancolía amable, una sensación poética que se cuela en el ánimo sin perturbarlo.


Entonces había en el jardín de Saramago dos membrillos que se llamaban, creo, Antonio López y Víctor Erice. Ni el escritor ni su esposa Pilar me explican qué ha sucedido, pero a los membrillos les han crecido peras. Quizás haya que pensar en la intervención de algún fenómeno milagroso. También recuerdo que en aquella ocasión me quedé dormida en el sofá antes de conectar la grabadora. El escritor pudo haberme zarandeado exigiendo respeto para su valioso tiempo, pero no lo hizo. Se limitó a taparme con una manta y permaneció sentado frente a mí, esperando pacientemente que despertara. El bochorno me abofetea ahora cuando llego al lugar de los hechos y recuerdo aquel incidente. Qué jeta, la mía.
La mañana tiene un aspecto balsámico, confortable. Pilar está preparando la comida ("¿os apetece un potaje de espinacas con garbanzos? ¿y pollo asado?"). Con la excusa de echarle una mano, entro en la cocina y corto unas lonchas de queso. Seguramente la bondad climatológica me ha abierto el apetito. Después de una primera acometida al queso, viene una segunda, y una tercera.
"Sugiero que os encerréis en el despacho de José y hagáis la entrevista ahora que la casa está tranquila", dice ella intuyendo que la percepción del tiempo no se aloja en mi cabeza. Pilar del Río tiene una capacidad organizativa poco frecuente. Pertenece a esa clase de personas que están en todo y nunca se agobian ante las contrariedades domésticas. Lo prueba el hecho de que las puertas de su casa siempre están abiertas y que en la hospitalidad de los anfitriones no se perciba ningún impulso protocolario. Dentro de un rato aparecerá Violante, la hija de José, con su hijo, el nieto de José. También vendrá a almorzar una pintora chiapaneca y su hijo. No vienen, en cambio, los 100.000 hermanos de Pilar, que se han embarcado rumbo a Fuerteventura.
Su despacho parece una terraza con vistas al tiempo y la quietud tiene una dimensión totalizadora, permanente. El tiempo, además, está parado a las cuatro de la tarde, pero eso lo contará el propio Saramago con sus palabras.
Pregunta.- Me resulta usted tan sensato, tan elegante de voz, tan didáctico, con unas ideas tan impecables que..., no sé cómo decirlo..., mejor dicho, sí sé cómo decirlo: me arruinará la entrevista.
Respuesta.- No empecemos. Yo tengo muchas dudas, no soy una máquina capaz de resolverlo todo.
P.-Entonces será que hasta las dudas las tiene claras.
R.-Bueno, digamos que las asumo y las integro en alguna certeza. Por decirlo de otra forma, soy como un sistema de dudas que funciona con cierta armonía. Tengo, eso sí, unas cuantas ideas claras sobre lo que debe ser la postura de uno en el mundo. Lo que no me he propuesto es andar diciéndole a la gente cómo ha de comportarse. Yo hablo de mí y por mí. Y yo soy, debo ser, alguien que se determina por la razón y quiere regirse por un principio fundamental: intentar no hacer daño a nadie.
P.-Encima, santo.
R.-Por favor: de santo, nada.


"No comparto la idea de que la vida, sobre todo la vida literaria, ha de ser una guerra continua de unos contra otros"
P.-Dice Pániker, en una máxima cuya autoría se atribuye, que "todo entrevistado acaba reducido a los límites de su entrevistador". Póngase cómodo, voy a reducirlo.
R.-Según ese principio, el entrevistado no tiene límites y el entrevistador, sí. Discrepo. Rechazo la supuesta superioridad del entrevistado respecto al entrevistador. Que me perdone Pániker, pero el entrevistado no es Dios.
P.-Depende. Ayer, cuando comentaba que venía a entrevistarle, mis amigos ponían cara de envidia. "¡Qué suerte!", comentaban, "¡entrevistar a Saramago!". Eso no lo dirían si fuera a hablar con Vargas Llosa o Cela. Sobre usted hay consenso. Cae bien a todo el mundo.
R.-En Portugal me ha acompañado siempre la controversia, en cambio, aquí se me quiere, y esto llama bastante la atención, especialmente porque las posturas que defiendo no son consensuadas. Mi persona no molesta. Pueden molestar ciertas cosas que defiendo, pero al no apreciarse ánimo de ofender, soy bien aceptado. Yo no quiero molestar a nadie. No vale la pena.
P.-Es un gesto de caballerosidad por su parte. ¿He de suponer que se muerde la lengua, que traga bilis?
R.-No tengo bilis. Y no comparto la idea de que la vida, sobre todo la vida literaria, ha de ser una continua guerra de unos contra otros. Es inútil caer en la tentación de la envidia, que si fulano tiene tantos lectores más que mengano, y mengano más que yo. No hay nada tan ridículo como las peleas durante la feria del libro.
P.-Siempre han existido. No son un invento de la industria editorial.
R.-Me parecen pataletas infantiles. Además, encierran cierta contradicción, porque a los escritores, por ser trabajadores del espíritu, se les supone una sensibilidad, una autoridad y, sin embargo, se comportan con la misma rabia que los antiguos campesinos de mi país, que se mataban por el turno de las aguas para regar. No hay diferencia.
P.-Sí, hay una diferencia: la vanidad. Es un componente añadido que afecta de forma muy especial a los escritores. La vanidad es consustancial al escritor.
R.-Los escritores y los artistas tenemos un ego más desarrollado, es cierto. Hemos creado un superego y nos empeñamos todo el tiempo en alcanzarlo.
P.-El ego debería de operarse, como la próstata.
R.-Sí. No soy menos vanidoso que la más vanidosa de las personas, lo que sucede es que tengo una concepción muy fuerte y arraigada de la inutilidad de esas cosas. Quizás disfrazo alguna tentación, aunque en mi caso no habría que hablar tanto de vanidad como de orgullo. Yo soy orgulloso.
P.-¿Es el propio orgullo, la idea que tiene de sí mismo, lo que le impide descender a la vanidad?
R.-Puede. El orgullo no me permite ser vanidoso.
P.-Le agradezco la franqueza. Empezaba a sospechar que seguía siendo usted tan perfecto como la última vez que le entrevisté.
R.-Tengo las imperfecciones que cualquiera puede tener y, pese a mi empeño por valerme de la razón, soy un hombre de sentimientos, incluso de esa clase de sentimientos que a veces no son considerados muy masculinos...
P.-Siga, siga. Déme más pistas sobre usted.
R.-Si se quedara aquí unos días no necesitaría pistas porque enseguida se daría cuenta. Por ejemplo, soy un hombre que mantiene intacta la capacidad de indignación. Tengo un cabreo profundo, permanente... En América, hace poco, me hablaban de los epitafios. Mire, si yo pudiera redactar mi propio epitafio diría "aquí yace, indignado, fulanito de tal". La indignación es, digamos, mi estado habitual. Supongo que en el caso del epitafio, a la indignación natural se sumaría otra: la de no estar vivo.
P.-Pero la suya es una indignación intelectual, de impotencia frente al mundo que le ha tocado vivir. Yo quiero conocer aspectos más somáticos. ¿Qué pasa cuando le vence la indignación? ¿Se muestra irascible, le duele alguna úlcera, sufre mal humor, tiene pesadillas por la noche?
R.-No. Disfruto de buena salud, tanto física como psíquica, y mantengo una relación equilibrada con mi entorno. Eso no significa que esté libre de conflictos. Por decirlo de una forma que puede parecer chocante, estoy en armonía con un mundo que no me gusta.


"Tengo un cabreo profundo, permanente... La indignación es, digamos, mi estado habitual"
P.-¿Qué es la sana envidia?
R.-No existe ninguna envidia sana. Quien habla de envidia sana presupone que existe una envidia insana. Y yo no lo acepto. La envidia es envidia siempre. Nadie puede decir "no soy envidioso", aunque logre controlar el sentimiento. Yo, desde luego, trato de controlarlo.
P.-Me hace usted polvo, Saramago. Se ponga como se ponga, siempre termina saliéndole el hombre bueno.
R.-Es que seguramente soy bueno..., en el buen sentido de la palabra bueno.
P.-Pues la maldad es más literaria, dicen.
R.-Ésa es una de las mayores tonterías que he oído. ¿Alguien puede sostener seriamente que con buenos sentimientos no se hace buena literatura? La idea del escritor maldito, excluido de la sociedad, drogado, borracho, que odia a los demás, es algo que ya tiene poca vigencia. A mí me suena a tomadura de pelo.
P.-¿Hablamos de Pilar?
R.-Siempre hablo de Pilar, aunque no la mencione expresamente.
P.-Ella tendrá mucho que ver en esa armonía existencial que describe.
R.-Le debo mucho a Pilar. Desde que la conozco soy una persona más cordial, más equilibrada, más..., lo que le decía: más bueno.
P.-Ella ha conseguido salir indemne de su condición de esposa joven de un escritor mayor. Porque las esposas de los grandes escritores, sobre todo si son segundas esposas, tienen muy mala prensa.
R.-No entiendo por qué han de tener mala prensa.
P.-Porque administran la vida del escritor de forma antipática, perjudicial incluso para el propio escritor.
R.-Lo ideal es que no se hable de la esposa como tal. Pilar tiene su trabajo, su personalidad, piensa con su propia cabeza y además es muy discreta. Nuestra relación funciona, nada en ella resulta chirriante porque brota de forma natural. Lo que es coincide con lo que parece. No ha cambiado desde que la conozco. Se manifiesta igual ahora que antes, como si no fuera el escritor que soy. Ella no va por la vida de esposa de un Nobel. No es su estilo.
P.-Recuérdeme cómo la conoció, el momento exacto del cataclismo amoroso.
R.-Ocurrió en junio de 1986. Yo estaba en mi casa de Lisboa y recibí una llamada suya, que no era la llamada de una periodista sino la de una lectora. Se presentó diciendo que quería viajar a Lisboa y que deseaba robarme un cuarto de hora. Accedí, pero sin fijar fecha. El caso es que 48 horas más tarde ya estaba ella en Lisboa. Recuerdo que quedamos a las cuatro de la tarde... ¿No se ha dado cuenta de que en esta casa los relojes están parados a las cuatro de la tarde? Es usted la primera persona a la que se lo cuento. Los detuve a las cuatro porque fue la hora en que la conocí.
P.-Es una confidencia muy hermosa.
R.-Todos los relojes marcan esa hora, todos menos el que tiene usted enfrente, que es un reloj chino, de los tiempos de la revolución cultural. Fue idea mía pararlos. En ese momento cambió mi vida.
P.-Continúe. ¿Qué pasó aquel día a las cuatro de la tarde?
R.-Me senté en la recepción del hotel a esperarla. Ella tenía 36 años y yo 63. Hablamos mucho, más de un cuarto de hora. Luego salimos a dar una vuelta porque me había dicho que le apetecía recorrer los lugares que tenían que ver con Ricardo Reis y la acompañé. Fuimos incluso al cementerio, a ver la tumba de Pessoa, y a Los Jerónimos. Después la llevé al hotel, intercambiamos las direcciones...
P.-¿Y...?
R.-Se marchó y yo me sumergí de nuevo en el libro que tenía entre manos, La balsa de piedra. Me había dejado tocado, pero esperé. Precisamente en La balsa de piedra hay una escena dedicada a Pilar, un momento de espera en un hotel. Era como un eco de lo que había pasado antes con ella.
P.-¿Quién de los dos dio el segundo paso?
R.-Durante el verano la llamé y a finales de octubre, a propósito de una conferencia en Granada, le escribí una carta muy hábil diciendo: "Si las circunstancias de tu vida te lo permiten, me gustaría que nos encontráramos". Era una forma de preguntarle si estaba casada.
P.-El amor había germinado.
R.-No sólo había germinado sino que había crecido. Ahí se disparó todo. Y empezaron los viajes. Tomaba un autobús que salía de Lisboa a las seis de la mañana, hacía transbordo en la frontera y llegaba a Sevilla a las tres de la tarde. Pasaba uno o dos días con Pilar y regresaba a Portugal. Como un estudiante.
P.-¿Su entorno aprobó el noviazgo?
R.-Al principio nadie decía nada, pero analizando los silencios estaba claro que todo el mundo pensaba "menudo lío, meterse ahora en una relación con una mujer más joven que encima heredará todo esto". Por fortuna el recelo duró poco. En cuanto mis amigos conocieron personalmente a Pilar, se desvanecieron las reservas. Ahora la adoran. A veces he llegado a pensar que la quieren más que a mí. Es el secreto de su magia.
P.-¿Nunca la han responsabilizado de habérselo llevado de Portugal?
R.-No, porque mi marcha de Portugal se debió a los problemas surgidos en mi país con la publicación de El Evangelio según Jesucristo. Respecto a la elección de Lanzarote, se debió a un cúmulo de casualidades.
P.-Es un hermoso exilio. Aquí las pulsiones de la vida parecen más amortiguadas, y el mar siempre está por medio.
R.-No he elegido el exilio, sino la emigración. Mis razones fueron similares a las de bastantes portugueses que también eligieron la emigración. No se encontraban bien en su país, y yo tampoco. Lanzarote, por otra parte, representa mi casa, Pilar, los perros, mi nueva vida... Estoy contento aquí.
P.-¿El amor es una invención cultural?
R.-Sí.
P.-Sabía que iba a responder eso. Se lo he leído en una entrevista.
R.-¿Entonces?
P.-Me gustaría que añadiera algo más, siquiera para poder contradecirle.
R.-Bueno, todo es una invención cultural, el amor, la belleza... Todo lo que existe empezó por no existir. También los sentimientos. Durante milenios y milenios, el hombre y la mujer se acercaron por instinto, pero con el tiempo fueron notando que se preferían. Eso constituyó el primer granito de arena. Más tarde surgiría el amor, la pasión del amor, el desvarío.
P.-El origen del amor fue, pues, el sexo.
R.-Bueno, digamos que sí.
P.-Pero el amor puede vivir sin sexo. La idea de ensamblar amor y sexo sería otro invento cultural. La religión siempre los pone en el mismo lote.
R.-Es que sexo y amor, cuando están juntos, están muy bien.
P.-La lotería también está muy bien cuando toca.
R.-Mire, uno va del amor al sexo con naturalidad, mientras que al revés, no. Es menos natural ir del sexo al amor.
P.-¿Ha sido un hombre enamoradizo?
R.-Mis tres matrimonios han durado mucho, pero he sido enamoradizo, sí, quizás porque he creído mucho en el amor, en la idea. Me enamoraba del amor y...
P.-¿...buscaba donde colocarlo?
R.-Exacto: buscaba donde colocarlo. Más gráfico, imposible.
P.-¿Cuál es la seducción del hombre mayor?
R.-Si respondiera a eso estaría admitiendo que la edad me ha enseñado a reconocer la seducción y que represento el papel de seductor.
P.-¿Y no es cierto? Yo he oído decir que es usted un gran seductor.
R.-El hecho de haberlo oído no significa nada.
P.-Muchas personas terminan por creerse las cosas que los demás dicen de ellas.
R.-No me haga reír. El otro día Pilar también me soltó "tú eres un seductor, José". Pero, bueno, ¿por qué? ¿qué he hecho? No existe impostura ni apostura en mi comportamiento. Soy como soy. Sin trucos.
Biografía y obras del autor en: www.caleida.pt/sa ramago
www.liv-arcoiris.pt/bienal98/Biblio grafia/paginas/saramago.html

sábado, 4 de diciembre de 2010

La Generación Desconocida

"Sé que algún lugar de nuestra tierra, aquí o allá, existen muchachos curiosos y talentosos, muchachas talentosas y disímiles entre ellas mismas, hombres y mujeres afanosos de ser ellos mismos, padres y madres con sus niñas y niños, hermanos y hermanas con sus hermanos y con sus hermanas, todos y todas unidas; ellos conforman esta generación, aquélla que llamamos otros: Generación Desconocida.
Jean Paul sartre


Filósofo, Escritor y Dramaturgo francés, exponente del Existencialismo y del Humanismo. Fue el décimo escritor francés seleccionado como Premio Nobel de Literatura, pero lo rechazó explicando en una carta a la Academia Sueca que él tenía por regla declinar todo reconocimiento o distinción y que los lazos entre el hombre y la cultura debían desarrollarse directamente, sin pasar por las instituciones. Fue pareja también de la filósofa Simone de Beauvoir.

HUMANISMO

El humanismo fue un proceso de transformación del pensamiento que permitió al ser humano cuestionarse los aspectos de la vida en todos los ámbitos: filosófico, artístico, religiosos, científico. De esa forma el humanismo dio sustento ideológico al conflicto religioso de la reforma protestante y su contraparte, la contrarreforma, y por otro lado el desarrollo del pensamiento científico.

Este movimiento le otorga un lugar central a la existencia humana, tal como lo habían hecho los pensadores clásicos de Grecia y Roma. Este movimiento se gestó en las universidades y bibliotecas, donde los pensadores dieron importancia al estudio de lenguas como el griego, el latín clásico, el hebreo, el arameo y el árabe, lo que permitió estudiar los textos grecolatinos. El hecho de retomar los principales elementos de las culturas clásicas se consideró como un renacer de ellas y por ello llamamos Renacimiento al periodo histórico de los siglos XV y XVI. Sentando las bases al movimiento cultural que modificó la manera de pensar sobre el hombre, la naturaleza y el universo: la Ilustración, basada principalmente en la razón y la experiencia humana.



El humanismo es un termino en cierta manera elástico y su significado varia según quien lo utilice; la palabra humanismo empezó a usarse en Alemania aplicándola al modo tradicional de educación. Pero lo que respecta al humanismo forma parte del argot de los estudiantes universitarios, que caracterizaban con ella al profesor de humanidades, quien, como señala Burke, se encargaba de los studia humanitatis, antigua frase romana que era el conjunto de cinco disciplinas: gramática, retórica, poética, histórica y filosofía moral[1].